En 2006 fue escrito este libro por Mario Vargas Llosa, quien sería Premio Nobel de Literatura en 2010. No es ni la mejor de sus obras, ni la peor, ya que no existe tal definición para cualquier manuscrito de su puño y letra. Pero es una novela tan capaz de provocar como lo hace la inteligencia del propio autor.
Ricardo Samurcio creció en el barrio de Miraflores, de Lima, allí se enamoró de una joven chilena que le marcará su existencia por el resto de su vida. Cientos de veces se enamora, cientos de veces tienen aventuras, cientos de veces es pisoteado y otras tantas y más se jura a si mismo desterrarla al olvido. Nunca lo consigue, porque cuando vuelve a aparecer, y siempre vuelve a aparecer, recuerda que la quiere con locura y que no hay sentimiento parecido.
Ella es inquieta, rebelde, inconformista, egoista y un tanto superficial. También siente el amor que él le profesa pero nunca con la misma intensidad. Siempre es capaz de anteponer cualquier cosa antes que al bienestar de una vida en común y termina desapareciendo.
Los contextos pasan por Lima, Tokio, París, Londres y Madrid. Los personajes se cruzan, se entrelazan, física o mentalmente, desaparecen y cambian de lugar. Eso crea que cada página, cada letra, sea el escalón hacia otra más en donde el lector ansía con algo de angustia y mucha curiosidad el desenlace de los acontecimientos.
A ella se la ama y se la odia. A él se le tiene lástima y admiración. Se siente el desasosiego y la esperanza, la pesadumbre y la fé, lo tráfico y lo cómico. Sentimientos ambivalentes y contrapuestos provocados por la lectura. Algo que sólo un genio, de la categoría de Mario Vargas Llosa, puede llegar a conseguir.
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