Las catorce asesinas de este libro tienen algo en común: esperaban para sí mismas un destino mejor. Como casi todas las mujeres del mundo, creían que sus virtudes les despejarían el camino de las miserias cotidianas. Y, como casi todas las mujeres del mundo, vieron que sus vidas estaban tomando un matiz que poco tenía que ver con lo que habían imaginado.
Un día, una mujer se despierta y advierte que no se casó con el hombre que de verdad amaba sino con el que aceptó casarse con ella. Es probable que ya lleven juntos veinte años, y que de todo ese tiempo no pueda rescatar más que tres o cuatro días de felicidad. Puede ser que se absuelva a sí misma y culpe al marido por su propia desdicha: acaso lo elimine, disolviendo veneno en el café con leche que le prepara a la mañana. O bien, puede conseguirse un hombre adicional. Pero a estas mujeres en particular, las cosas invariablemente se les complican: los esposos se enteran, los porteros las descubren, los vecinos las delatan.
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