Victoria es una frágil niña que crece con sus padres, que le prohiben sacar su yo más rebelde y divertido, adecuándola a unas estrictas normas de conducta que debe seguir por tener la posición de princesa que tiene. Ella espera con ansia el día que el príncipe la rescate, la saque de la feroz rutina y le dedique todo su tiempo a quererla tal y como es y a amarla por encima de todo, sin importar nada más. El príncipe llega si, pero nada es cómo ella y sus ilusiones habían planeado. No es tan bueno, no la quiere tanto y no la trata tan bien. No existe príncipe mientras tu felicidad dependa de él y eso, Victoria empieza a aprenderlo, tras los sabios consejos de un búho que la llevarán por el camino de la verdad hasta el reconocimiento de su propio ser.
La princesa que creía en los cuentos de hadas es un libro que roza la autoayuda, pero planteando cosas tan simples y universales como que si no somos nosotros mismos nunca alcanzaremos la felicidad. Que no podemos esperar a que nadie venga a rescatarno, que no existen los príncipes azules que cuidan de nuestro bienestar, que solo somos nosotros y nosotros nos tenemos que cuidar.
En la misma línea que El caballero de la armadura oxidada, va enseñando gracias a diversas anécdotas ese milagro que es la vida. Con una estética literaria que parece orientada a niños, como podría ser el mismo Principito, presenta las palabras de tal manera que crean auténtica reflexiones que cada uno puede adaptar a su propio yo.
Hace hincapié en que poseemos el don del libre albedrío y que no debemos dejar influenciarnos por nadie, sino tomar nuestras propias decisiones incluso cuando conlleven equivocaciones. La princesa que creía en los cuentos de hadas te llega al corazón, te hace dejar de creer en ellos, en esas «hadas» salvadoras que nunca llegan, y empezar a creer en ti.
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