Elena, conocedora de La Iliada, soñaba desde niña con encontrar las ruinas de Troya; sin embargo, de mayor, se convirtió al cristianismo, emprendió un viaje de peregrinación a Palestina y dirigió las excavaciones en las que descubrieron trozos de madera de la cruz de Jesucristo. La historia reconoce la influencia que ejerció sobre su hijo, Constantino el Grande, el emperador que autorizó el culto cristiano en todo el Imperio Romano, en un tiempo en el que el distanciamiento entre Occidente y Oriente iba siendo cada vez mayor. De él recibió el título de Emperatriz Augusta; la Iglesia católica la hizo santa; y la leyenda convirtió una época oscura en fascinante.
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