Drácula podrá ser seguramente una de las novelas más famosa del último siglo y medio, desde que fue creada por el ingenioso escritor irlandés Bram Stocker.
Este autor fue uno de los exponentes más reconocidos del romanticismo europeo de finales del siglo XIX. Claramente, Drácula se convirtió en una de las historias icónicas de los tiempos modernos de la literatura, no solo por lo novedoso de la historia para la época en la que fue escrita, sino por las repercusiones que a futuro generó.
La novela fue publicada en 1897. En esa época, Bram Stocker sufría graves problemas de depresión que lo mantuvieron aislado de la sociedad por un tiempo. Hay que tener en cuenta que esta historia toma elementos de la realidad mezclados con mitos sobre los vampiros y es probablemente de lo que Stocker se haya inspirado para escribir su obra maestra.
La historia está basada como todos ya sabemos en la aterradora Transilvania de aquellos años, en Europa Oriental, en tierras rumanas.
Jonathan Harker, un joven inglés que se dedica a los negocios de los bienes raíces, es enviado para cerrar una transacción inmobiliaria que su estudio mantiene con el Conde Drácula, quien busca comprar varios inmuebles en Londres. Aunque los antecedentes de anteriores visitantes que fueron a ver al conde Drácula dejan lugar para la sospecha, como el caso de R. M. Reinfeld, que sospechosamente regresó enloquecido de su visita a tierras rumanas y terminó recluido en el manicomio del Dr. Seward.
Drácula es sin dudas una de las obras maestras del suspenso y terror de todos los tiempos. Su exquisitez de diálogos, su intriga y el devenir de los hechos mantienen al lector en vilo por más que ya conozca la historia.
Esto mismo es lo que sucede con los grandes clásicos de la literatura: uno puede conocer cómo se desarrollarán los hechos, pero resulta tan apasionantes leerlos que el transitar por sus hojas es un verdadero deleite en todo sentido.
