Las bibliotecas capan los ‘e-books’

El préstamo de libros electrónicos llega a las bibliotecas españolas, pero no por donde sería de esperar: no está en internet. Sino detrás de los mostradores. El Ministerio de Cultura ha puesto en marcha un servicio de préstamo de libros electrónicos que mantiene la cadena que recorren los libros de papel antes de llegar a manos del lector: el autor, el editor y el bibliotecario. Se prestarán los dispositivos electrónicos, algo que ya hacen las bibliotecas municipales en San Sebastián, por ejemplo, pensando en el interés que suscitan los aparatos, no los contenidos. De momento, electrónico no es sinónimo de digital.

Los lectores tendrán que desplazarse personalmente, dentro de los horarios de cada biblioteca, a recoger los dispositivos lectores para leer su contenido: hasta un millar de libros de dominio público, es decir, que no están sujetos a derechos de autor. Nada que ver, por ejemplo, con el sistema británico, donde los usuarios de las bibliotecas públicas pueden descargarse el contenido desde casa, a cualquier hora y cualquier día de la semana, y el archivo desaparece automáticamente de su ordenador o lector electrónico cuando expira el préstamo.

Prestar cacharros

«El libro electrónico tiene que tener el mismo proceso y la misma dinámica que un libro de papel», responde Rogelio Blanco, director general del Libro, para explicar la filosofía de la iniciativa española. ¿Pero por qué entonces los préstamos no se hacen también digitalmente, a través de internet, ahorrando coste e incomodidades? «Los editores estamos por la labor, pero en cuanto a la negociación, desafortunadamente, no estamos todavía en ese último eslabón», explica Toni Comas, presidente de la Federación del Gremio de Editores. «Nuestra idea es que hay una cadena en el mundo del libro que no debemos romper», añade Blanco.

«De lo que se trata es de que los lectores se familiaricen con los aparatos», resume Carmen Sáez, coordinadora de la Biblioteca Pública de La Rioja, en Logroño. Una evidencia que se prueba además por el hecho de que los libros prestados ya están, libre y legalmente, disponibles en internet a través de la Biblioteca Virtual Cervantes o del catálogo de la Biblioteca Digital Hispánica.

La iniciativa del ministerio no es pionera en España: ya hay otros dos ejemplos de préstamo de dispositivos de lectura, uno público y otro privado, y en los dos reconocen que la utilidad de un programa así, a la espera de que haya una verdadera oferta de contenidos, es familiarizar a los usuarios con los aparatos. «Nuestra filosofía es dar a conocer los aparatos, puesto que oferta de contenidos no tenemos todavía», reconoce Arantza Urkia, directora de la Red de Bibliotecas Municipales de San Sebastián.

¿Un plan de futuro?

«Nosotros no somos partidarios del préstamo de ereaders», sostiene Javier Valbuena, responsable del programa de investigación Territorio ebook de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. «Primero por presupuesto», dice, subrayando el alto coste de los aparatos lectores (en España, ninguno por debajo de los 100 euros todavía). «Pero no sólo: en nuestras investigaciones, el 25% de los dispositivos tuvo algún tipo de fallo: imagínate la circulación de usuarios que eso supondría para las bibliotecas con 5.000 cacharros prestados: ¡necesitaríamos un servicio técnico!», añade.

El programa del ministerio ha costado 130.000 euros, para un total de 750 aparatos repartidos entre las 15 bibliotecas seleccionadas. Rogelio Blanco cree que sí es una estrategia sostenible económicamente: «los aparatos acabarán bajando de precio», argumenta. Más allá de esta iniciativa piloto, «vamos a continuar», asegura Blanco.

«Nosotros no vamos a comprar más», afirma en cambio Urkia, para quien el objetivo en el futuro es «qué haremos con los contenidos». La red de bibliotecas donostiarra está llevando a cabo además una encuesta entre sus usuarios. Los primeros 70 ya han expresado su opinión sobre el programa: «El 91% cree que la biblioteca debe suministrar ereaders. Se lo llevan para conocer el aparato. Los contenidos no son atractivos», recoge una ponencia presentada por Urkia en el Congreso de Bibliotecas Públicas celebrado en Gijón en noviembre pasado.

«El gran handicap es que no podemos trabajar todavía sobre los contenidos», explica Urkia. «Yo incluso me puse en contacto con Blackwell», una plataforma de libros inglesa pero que tiene un distribuidor en España. «El problema es que su oferta no encaja con lo que necesita mi público», añade. Es decir, «libros en castellano o en euskera, en nuestro caso, y libros modernos, novedades y libros infantiles», concluye Urkia.

Prestar contenidos

La clave para que los libros actuales puedan llegar a los usuarios de las bibliotecas digitalmente es que los editores y las administraciones públicas se pongan de acuerdo en cómo prestarlos. «Si hay unos derechos de autor, lo que hay que ver es que sólo pueda prestarse al mismo tiempo a un sólo usuario» para cada licencia, defiende Toni Comas, presidente de los editores.

«De momento, lo que podemos poner sobre la mesa son aparatos, si bien nuestro compromiso es apostar por los contenidos. Pero nuestro sector editorial, que no están apostando por los contenidos», afirma Antonio Gómez, director de la biblioteca de Huelva, otra de las seleccionadas por el ministerio. «Los libros electrónicos son casi tan caros como los de papel», añade.

«No se trata de incorporar dispositivos tecnológicos y lecturas digitales dentro de un esquema rutinario de compra e incremento de servicios», recoge Valbuena en un artículo sobre la investigación de Territorio ebook. «El libro electrónico nos obliga a repensar la misión y la visión de la biblioteca«, concluye.

Un horizonte que algunos ya otean por encima de los problemas de la propiedad intelectual. «¿Podemos crear una Biblioteca Nacional Digital?», se preguntaba el director de la biblioteca de Harvard, Robert Darnton, en el último número de la revista Trama y texturas. Y Darnton apuesta: «contribuiremos a fortalecer los lazos de la ciudadanía de nuestro país».

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